domingo, 11 de noviembre de 2007

De polvos y joyas: una breve crónica

Desde los capítulos perdidos de El Narrador de Cuentos hasta copias de películas dejadas por sus propios directores (pasando, claro está, por Telo Cholo), Polvos Azules lo tiene todo.

Es media tarde y una excursión por los pasillos del Centro Comercial me enfrenta con algo inesperado en cada stand. Conforme avanzo del pasaje 15 al 20, me doy con una puerta abierta a toda la variedad de géneros que existen. Obras maestras de la comedia de los cuarentas y cincuentas saltan a mi vista, cuando atravieso el pasillo 16. Mientras en el 18, Pierre, el loco de Godard me coquetea desde la vitrina al tiempo que Tristana de Buñuel parece imponerse. Verdaderas rarezas, que de otro modo serían inaccesibles, aquí están al alcance de mi mano y –mejor aún- de mi bolsillo. Siguiente pasadizo y Latinoamérica me regala sus visiones del cine.

Quienes distribuyen el material aquí han sabido obtener títulos que son parte de la cultura audiovisual si se busca algo especializado, pero no han descuidado por ningún motivo aquella producción que no tiene una pretensión exquisita y es también referente obligado para cualquiera. Temporadas pasadas de series muy populares llenan cientos de vitrinas al lado de dibujos animados inmortales. Me sorprenden las sagas del Chavo del Ocho y Tom y Jerry, junto con recopilaciones de Topo Gigio. Y entonces, frente a mis ojos, aquel viejo pelo gris lleno de imaginación: El Narrador de Cuentos. ¡Completo! ¡La serie entera! Toda una joyita del imaginario popular y un recuerdo claro en mi cabeza. Ni Kevin Arnold o Jiban (también presentes), pueden acercarse a semejante hallazgo.

Pasos más allá reviso la mercancía y vuelve otro recuerdo -igual de grato pero distinto- cuando veo aquella portada clara con letras negras: La serie rosa. Un vistazo al lugar y me descubro frente a una de las mayores congregaciones de contenido erótico y pornográfico del continente. Películas de todos los tiempos (desde Garganta Profunda hasta Anal Express) comparten el espacio, plagado de cuerpos desnudos y nombres que le resultan familiares a alguien entendido en el asunto. Broke Heaven, Jenna Jamenson, Allie Sin, TT Boy o –el maestro- Ron Jeremy, cubren las paredes de los puestos. De pronto se acerca un vendedor y – muy discreto- me dice: “también tengo estas de acá”. Se refiere a Telo Cholo, compendio de sexo filmado a modo de cámara escondida en hoteles de Lima.

Compro las películas necesarias y bajo al sótano, donde uno se encuentra –sin el menor ánimo de exagerar- con toda la música del planeta. DVDs de conciertos, álbumes raros, polos, afiches, juguetes y millones de CDs de los más variados artistas aparecen por doquier. En el mismo stand, toda la discografía de The Smiths y de Chacalón se ofrece junto a Metallica, Juan Luis Guerra y Rachmaninov. A su lado, otro se ha especializado en música celta y, pasos más allá, está aquel que sólo vende salsa cubana clásica.

Polvos Azules sorprende a cualquiera. Basta con recordar que algunos directores extranjeros que participaron de un conocido festival de cine, dejaron de sus manos ejemplares de sus propias películas para que todos tuvieran acceso a ellas, y que algunos grupos de rock traen sus discos aquí sin considerar por motivo alguno disqueras oficiales.

Un par de vueltas más y subo. Paso por la zona de ropa, la de licores, dejo atrás los pasillos de zapatos, maletines, aparatos y salgo. Hay de todo y para todos. Sólo hace falta echarse a buscar para descubrir que en medio de Polvos están las joyas.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Sobre la crítica: Una vieja discusión

Muchas veces el oficio del crítico termina como uno de los peores vistos –o menos entendidos, en el mejor de los casos– por la opinión general.
El público mayoritario no suele valorar el trabajo de quienes, basados en criterios estéticos o enfoques sobre la forma y los lenguajes, emiten una opinión especializada en torno a las manifestaciones artísticas. Sin embargo, en el caso de la literatura o las artes plásticas, la opinión de los críticos al menos va en sintonía con la de una buena porción de los consumidores de tales manifestaciones, quienes –y valga decirlo– tampoco son la mayoría en nuestro medio. Con el cine suele ocurrir lo contrario.

El público masivo, aquél que llena las salas y conforma las taquillas no sintoniza con –ni comprende a veces– la opinión de los críticos.
“Estos han visto otra película” suele ser el comentario frecuente de una mayoría que no maneja los criterios formales ni las valorizaciones del lenguaje audiovisual o teoría narrativa que tiene un crítico (lo cierto es que tampoco estaría obligada a hacerlo). Finalmente, la opinión del crítico es especializada precisamente por eso. Un espectador promedio, por más cine que consuma, de no manejar estos criterios no podría ejercer la crítica tal cual, sino manifestar una opinión argumentada a partir de los afectos o sensaciones que le produce cierto producto visual-sonoro.

La crítica cinematográfica, pues, estriba sobre criterios formales, critica aquello que está en la pantalla, el producto sensorial final y no los propósitos o las buenas intenciones que se pretendieron plasmar en él.

El todo
Hace un tiempo, en un foro de Internet, se entablaba una discusión acerca de este tema. Mientras algunos afirmaban que una crítica era, en sí, más un afecto evocado a partir de los artificios propios del cine, otros argumentaban que era una suerte de desmenuzamiento de la película en aspectos minuciosos y en dualidades del tipo forma/fondo.
Lo cierto es que enfrentarse a un producto audiovisual no supone necesariamente una aproximación analítica, es decir, un acercamiento a modo de descomposición para tener partes o aspectos puntuales que observar. Que una película funcione o no, depende del conjunto, de la obra terminada vista como un total. Una película no es la actuación desligada de la fotografía, todo sobre el soporte de una determinada melodía. El cine es más que la suma de sus elementos. Se trata de una sinergia donde el todo no puede analizarse en base al análisis de sus partes. Esto no quiere decir, por supuesto, que no puedan darse casos –que se han dado innumerables veces– en los que una opinión sobre el guión sea más favorable que sobre la banda sonora o la actuación. Pero claro, de lo que se trata finalmente es de la crítica sobre la totalidad de la película, en cuyo caso tales aproximaciones no son más que un elemento cuyo logro final estribará sobre lo que funcione como producto total.

Decir que un crítico cinematográfico se especializa en la crítica de determinado aspecto de los elementos de lenguaje audiovisual es, según lo veo, una falacia ingenua. La idea del crítico es la de aquel cuyas opiniones estriban sobre la totalidad del producto bajo parámetrosformales que maneja en forma especializada y –cosa importante– tengan como referente un manejo no sólo de estos sino también de buena cantidad de otros productos, películas. Es poco concebible el crítico cuyo “consumo audiovisual” sea escaso o limitado según criterios como el género o cualquier otro elemento externo a la realización.


Los soportes y lo soportable
Tradicionalmente el ejercicio de la crítica se había visto circunscrito por la formalidad institucional. Antaño, este siempre se dio bajo el respaldo de un medio de prensa escrita (diarios, revistas, etc..) o en medios cuyo eje temático fuera el cine, pero que tuvieran el respaldo que siempre constituye el soporte impreso.
Sin embargo en nuestros días, inscritos ya en los ordenadores, la imagen numérica y el indiscutible apogeo de la era de la red, la institucionalidad de los medios (y el mismo universo mediático) ha sufrido una variación radical.

La crítica ya no se ejerce, en su mayoría, bajo el amparo de la institución que constituían los medios impresos. Si bien tal práctica goza de buena salud y aún gran número de personas la llevan a cabo, la actividad mayoritaria se realiza a través de páginas (esta es un ejemplo), foros, grupos de interés y sobre todo blogs.

Si bien asistimos a una suerte de democratización de la crítica cinematográfica (y, en su expresión más amplia, de la prensa cinematográfica), existen riesgos que inevitablemente se dan en paralelo con tal fenómeno.

El amparo de un “espacio” virtual permite no sólo una llegada más amplia que la de los medios impresos, sino también trae una regularización menos rígida. Quiero decir que uno de los aspectos menos favorables de esta apertura de soportes virtuales es una suerte de libertad plena para expresar cualquier tipo de opinión sin base fundamentada o, en el peor de los casos, de temas que estriban sobre lo netamente personal y utilizan lo cinematográfico como pretexto para aparecer “colgados” en la net.

Lógicamente no se trata de la mayoría de casos, pero es innegable que la apertura total que suponen los espacios en red traigan no sólo un mayor acceso a información relacionada con aspectos del cine (vale decir que esto ocurre en el contexto de cualquier temática), sino una especie de “libertinaje” que suponga no sólo opiniones infundadas (gente que hace crítica sin ser crítico, que hable de cine desde la posición del especialista sin serlo de ninguna forma, etc…), sino la preponderancia de aspectos extra-fílmicos que busquen soterrarse bajo el amparo de la referencia al mundo del cine y sirvan para el desfogue personal, junto con el insulto, la burla, el anonimato y hasta – referencias hay innumerables en nuestro medio– suplantación de identidad.

Puede tratarse de una discusión vieja, es cierto, que supone los criterios de principios tan básicos y antiguos como la tan mentada libertad de prensa, pero la recurrencia sobre incidentes que se suponen ya saldados siempre permiten una discusión permanentemente válida, que tenga en claro qué se entiende por hacer crítica cinematográfica –o cualquier actividad de prensa– y que considere que pese a la infinidad de soportes ya existentes (y aún con la nueva infinidad que está por llegar), siempre hay un límite para lo soportable.