sábado, 30 de junio de 2007

Violemos la peruanidad

El Perú es una pachamanca. Personas con modos de vida premodernos conviven junto a quienes se hayan en plena posmodernidad. Cada uno con producciones simbólicas distintas, que se rozan, coquetean y copulan en deliciosas mezclas. Fusiones que podrían dar pistas de una ilusoria -y desde ya utópica- idea de nación. En tiempos donde la política es menos protagonista que los capitales trasnacionales, y los medios a nivel global han devenido en hiperrealismo, aferrarse al quiste del moderno (y agónico) Estado-nación, no es más que ir tras un fantasma.

En tales circunstancias, pues, no se debe ver a la Cultura como un rótulo diferenciador. Que aquellos de la selva tienen una “cultura” distinta y que los pobladores andinos que migraron a Lima tienen otra, o que debamos respetar a los otros y convivir con ellos, constituyen discursos bastante desfasados y caídos del palco. Son precisamente algunos científicos sociales quienes han marcado claramente esta visión de el otro, en aras de obedecer a un estudio metodológico y esquemático (cientificista a ultranza) de fenómenos sociales que requieren de un tratamiento distinto, de parámetros menos rígidos y alcances fenomenológicos.

Es allí donde aquella idea de cultura se hace peligrosa. De pronto ante la pregunta ¿qué es ser peruano? se dice, casi como en figurita de postal, que “el Perú es un crisol de culturas reunidas, cada una con su espacio”, y se nos vende el cevichito, el fútbol, Machu Picchu y una que otra marinera. Una visión que ante todo homogeneiza, y persigue el fantasmita coquetón de UNA peruanidad, LA peruanidad.
Pero no hay un simplismo más reduccionista que este. La cultura no es un ente que está aquí o allá. Debe entenderse como una amalgama, una suerte de malagua que está en todas partes y -como un mutante silencioso que atraviesa lo social- va nutriéndose de cualquier cosa y las mezcla en sí mismo.

Lo que se debe hacer, si de alguna forma se pretende construir una tan mentada nación peruana, es violar la idea de una peruanidad, ultrajarla y destrozarla, para tomar a la mezcla como pívot de toda la amalgama de producciones simbólicas que existen en el país. Esto teniendo en cuenta que el concepto de nación no puede tomarse como el de un ente cerrado. De conseguirse, la “nación peruana” no debe entenderse dentro de líneas limítrofes, sino como parte de la misma amalgama, esta vez a un nivel global.

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