De polvos y joyas: una breve crónica
Desde los capítulos perdidos de El Narrador de Cuentos hasta copias de películas dejadas por sus propios directores (pasando, claro está, por Telo Cholo), Polvos Azules lo tiene todo.
Es media tarde y una excursión por los pasillos del Centro Comercial me enfrenta con algo inesperado en cada stand. Conforme avanzo del pasaje 15 al 20, me doy con una puerta abierta a toda la variedad de géneros que existen. Obras maestras de la comedia de los cuarentas y cincuentas saltan a mi vista, cuando atravieso el pasillo 16. Mientras en el 18, Pierre, el loco de Godard me coquetea desde la vitrina al tiempo que Tristana de Buñuel parece imponerse. Verdaderas rarezas, que de otro modo serían inaccesibles, aquí están al alcance de mi mano y –mejor aún- de mi bolsillo. Siguiente pasadizo y Latinoamérica me regala sus visiones del cine.
Quienes distribuyen el material aquí han sabido obtener títulos que son parte de la cultura audiovisual si se busca algo especializado, pero no han descuidado por ningún motivo aquella producción que no tiene una pretensión exquisita y es también referente obligado para cualquiera. Temporadas pasadas de series muy populares llenan cientos de vitrinas al lado de dibujos animados inmortales. Me sorprenden las sagas del Chavo del Ocho y Tom y Jerry, junto con recopilaciones de Topo Gigio. Y entonces, frente a mis ojos, aquel viejo pelo gris lleno de imaginación: El Narrador de Cuentos. ¡Completo! ¡La serie entera! Toda una joyita del imaginario popular y un recuerdo claro en mi cabeza. Ni Kevin Arnold o Jiban (también presentes), pueden acercarse a semejante hallazgo.
Pasos más allá reviso la mercancía y vuelve otro recuerdo -igual de grato pero distinto- cuando veo aquella portada clara con letras negras: La serie rosa. Un vistazo al lugar y me descubro frente a una de las mayores congregaciones de contenido erótico y pornográfico del continente. Películas de todos los tiempos (desde Garganta Profunda hasta Anal Express) comparten el espacio, plagado de cuerpos desnudos y nombres que le resultan familiares a alguien entendido en el asunto. Broke Heaven, Jenna Jamenson, Allie Sin, TT Boy o –el maestro- Ron Jeremy, cubren las paredes de los puestos. De pronto se acerca un vendedor y – muy discreto- me dice: “también tengo estas de acá”. Se refiere a Telo Cholo, compendio de sexo filmado a modo de cámara escondida en hoteles de Lima.
Compro las películas necesarias y bajo al sótano, donde uno se encuentra –sin el menor ánimo de exagerar- con toda la música del planeta. DVDs de conciertos, álbumes raros, polos, afiches, juguetes y millones de CDs de los más variados artistas aparecen por doquier. En el mismo stand, toda la discografía de The Smiths y de Chacalón se ofrece junto a Metallica, Juan Luis Guerra y Rachmaninov. A su lado, otro se ha especializado en música celta y, pasos más allá, está aquel que sólo vende salsa cubana clásica.
Polvos Azules sorprende a cualquiera. Basta con recordar que algunos directores extranjeros que participaron de un conocido festival de cine, dejaron de sus manos ejemplares de sus propias películas para que todos tuvieran acceso a ellas, y que algunos grupos de rock traen sus discos aquí sin considerar por motivo alguno disqueras oficiales.
Un par de vueltas más y subo. Paso por la zona de ropa, la de licores, dejo atrás los pasillos de zapatos, maletines, aparatos y salgo. Hay de todo y para todos. Sólo hace falta echarse a buscar para descubrir que en medio de Polvos están las joyas.
Es media tarde y una excursión por los pasillos del Centro Comercial me enfrenta con algo inesperado en cada stand. Conforme avanzo del pasaje 15 al 20, me doy con una puerta abierta a toda la variedad de géneros que existen. Obras maestras de la comedia de los cuarentas y cincuentas saltan a mi vista, cuando atravieso el pasillo 16. Mientras en el 18, Pierre, el loco de Godard me coquetea desde la vitrina al tiempo que Tristana de Buñuel parece imponerse. Verdaderas rarezas, que de otro modo serían inaccesibles, aquí están al alcance de mi mano y –mejor aún- de mi bolsillo. Siguiente pasadizo y Latinoamérica me regala sus visiones del cine.
Quienes distribuyen el material aquí han sabido obtener títulos que son parte de la cultura audiovisual si se busca algo especializado, pero no han descuidado por ningún motivo aquella producción que no tiene una pretensión exquisita y es también referente obligado para cualquiera. Temporadas pasadas de series muy populares llenan cientos de vitrinas al lado de dibujos animados inmortales. Me sorprenden las sagas del Chavo del Ocho y Tom y Jerry, junto con recopilaciones de Topo Gigio. Y entonces, frente a mis ojos, aquel viejo pelo gris lleno de imaginación: El Narrador de Cuentos. ¡Completo! ¡La serie entera! Toda una joyita del imaginario popular y un recuerdo claro en mi cabeza. Ni Kevin Arnold o Jiban (también presentes), pueden acercarse a semejante hallazgo.
Pasos más allá reviso la mercancía y vuelve otro recuerdo -igual de grato pero distinto- cuando veo aquella portada clara con letras negras: La serie rosa. Un vistazo al lugar y me descubro frente a una de las mayores congregaciones de contenido erótico y pornográfico del continente. Películas de todos los tiempos (desde Garganta Profunda hasta Anal Express) comparten el espacio, plagado de cuerpos desnudos y nombres que le resultan familiares a alguien entendido en el asunto. Broke Heaven, Jenna Jamenson, Allie Sin, TT Boy o –el maestro- Ron Jeremy, cubren las paredes de los puestos. De pronto se acerca un vendedor y – muy discreto- me dice: “también tengo estas de acá”. Se refiere a Telo Cholo, compendio de sexo filmado a modo de cámara escondida en hoteles de Lima.
Compro las películas necesarias y bajo al sótano, donde uno se encuentra –sin el menor ánimo de exagerar- con toda la música del planeta. DVDs de conciertos, álbumes raros, polos, afiches, juguetes y millones de CDs de los más variados artistas aparecen por doquier. En el mismo stand, toda la discografía de The Smiths y de Chacalón se ofrece junto a Metallica, Juan Luis Guerra y Rachmaninov. A su lado, otro se ha especializado en música celta y, pasos más allá, está aquel que sólo vende salsa cubana clásica.
Polvos Azules sorprende a cualquiera. Basta con recordar que algunos directores extranjeros que participaron de un conocido festival de cine, dejaron de sus manos ejemplares de sus propias películas para que todos tuvieran acceso a ellas, y que algunos grupos de rock traen sus discos aquí sin considerar por motivo alguno disqueras oficiales.
Un par de vueltas más y subo. Paso por la zona de ropa, la de licores, dejo atrás los pasillos de zapatos, maletines, aparatos y salgo. Hay de todo y para todos. Sólo hace falta echarse a buscar para descubrir que en medio de Polvos están las joyas.
2 comentarios:
Alberto, realmente tu blog está muy bueno. Lo encontré porque te busqué en google y me quedé leyéndolo toda la noche. Espero poder conversar más seguido contigo y ser grandes amigos.
Juan Armesto
El hacedor de sueños nunca se rinde ...cuando cuelgas fotos tuyas en artificcion.....
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