La otra Caverna: Sobre el homo videns y la democracia - Parte 1
El hombre nuevo en el hueco viejo
El tema determinante en relación al planteamiento de Sartori es de implicancias epistemológicas, dado que el problema central que halla, estriba sobre la concepción del mundo (y la forma en que esta se edifica) que tengan las personas.
En un mundo innegablemente mediático, señala, la idea de ser humano que poseemos en la actualidad está sufriendo un viraje dramático. Se está abandonando la figura del homo sapiens, crítico y pensante, por la del homo videns, aquel que considera, en resumidas palabras, que lo que ve es lo que existe. Este es el ser que vive por la imagen, que no sin motivo nos recuerda al mito de la caverna del que nos hablaba Platón, en el que una persona consideraba que su mundo sólo estaba constituido por sombras, imágenes borrosas, que se proyectaban ante él como único estímulo proveniente de algo más .
Este homo videns, entonces, bien puede reconocerse como aquel que mira en su caverna (esta vez con pantalla de plasma y de marca Samsung) aquellas sombras de algo. Esquema simpático, pero que oculta un simplismo engañoso.
Es precisamente en esa suerte de “asimilación de lo que llega”, esa contemplación de las sombras, donde se puede leer un simple rol pasivo de quien las observa, idea que es de plano equivocada y nos llevaría a concepciones demasiado facilistas del ser humano de hoy. Asimismo, la idea del algo que produce las sombras (en este caso el contenido mediático) no puede reducirse a un solo agente, ni a una serie de organizaciones. La verdad es que hoy todo comunica, todo produce imágenes y éstas nos llegan de todas partes, en todo momento. La comunicación de masas no hace más que proponer canales relativos, cauces, para un verdadero desborde de información. Como bien señala Umberto Eco:
Ahora bien, si hace unos cientos de miles de años, un fornido Neandertal habitaba un mundo lleno de bestias y se cubría con piel ante el diluvio, cabe preguntarse –aceptando ya que el hombre de hoy es el homo videns- cuál es el contexto en el que se desarrolla el nuevo humano. Sabemos, por lo pronto, que se trata de un entorno abarrotado de imágenes y agentes comunicativos. Un mundo donde toda persona, objeto o discurso se ha convertido en emisor.
El concepto que mejor describe este contexto espacio-temporal es, en mi opinión, el que, hace casi treinta años, Toffler ya denominaba como cultura destellar . Dicha concepción de cultura planteaba que hoy el ser humano, se encuentra recogiendo los pedazos de ideas -ya fragmentadas- que aparecen en el universo mediático. Según esto, el ser humano organizaba su realidad en base a esos fragmentos. Ya no se puede obedecer a una linealidad de tipo literal, secuencial, sino que el organismo, a un nivel tanto biológico como psicológico, debe responder frente al aluvión de imágenes, adquiriendo no sólo una nueva estructura que permita una distinta organización de los estímulos del mundo, sino taimen una nueva inteligencia, más acorde con las demandas de ese entorno.
Hasta aquí, entonces, se podría concluir -a modo de analogía- que el homo videns es el actor que desarrolla su dramaturgia cotidiana en la tarima de la cultura destellar. Pero, claro está, él improvisa con lo que cuente en ese escenario; y dichos artilugios los constituyen las imágenes e ideas fragmentadas que le da la esfera mediática, la misma cultura destellar.
La cultura, pues, está formada por gente formada en esa cultura. La cultura depende de un colectivo, y ese colectivo delimita dicha cultura porque se ha formado dentro de ella. Es una doble dependencia más evidente y a la vez más compleja de lo que uno cree. El proceso de socialización, desde un primer momento en el desarrollo de la persona, nos va marcando pautas culturales. La interrelación es lo que hace que alguien asimile una cultura y que, al mismo tiempo, ella se perpetúe.
Si los medios audiovisuales trajeron un homo videns, probablemente los medios electrónicos traigan a la larga otro hombre, con una lógica ya no pictórica o visual, ni literaria, sino quizás con una sobre explotación de recursos hipertextuales. Eso sólo lo dirá el devenir, y sin caer en afanes especulativos, valdría recordar lo que señala Deleuze, para quien las sociedades disciplinarias (básicamente modernas, como la nuestra) sufren una crisis en beneficio de nuevas fuerzas que se irán instalando lentamente. Serán entonces sociedades de control las que se encarguen de reemplazarlas. Mientras las sociedades disciplinarias se equipan con máquinas energéticas (de producción), las sociedades de control operan sobre máquinas informáticas. Es una evolución tecnológica, una mutación del capitalismo .
“Video killed the radio star”
Cuando Sartori plantea la idea de su homo videns, se avoca con gran fiereza contra el discurso televisivo en casi todas sus manifestaciones y matices.
La televisión aparece entonces no sólo como una formadora desde pequeños, sino como fuente de conocimiento en la adultez, al proporcionarnos información. Sin embargo, el autor se enfoca principalmente en el contenido perjudicial de esas noticias y llega a señalar que la gran mayoría noticias son deportivas o sobre asuntos del corazón, todo adornado con las más variadas calamidades y una que otra muerte espeluznante. Se ve a la televisión como un espectáculo para complacer y entretener a quien la vea.
Lo cierto es que la televisión vende gente, no espacios en la señal. En este mercado, voraz y sin treguas, un programa con más rating (con más ojos hipnotizados frente a la pantalla) puede “enlatar” una audiencia más numerosa, para vendérsela a algún anunciante. Este es quizás la principal columna para el edificio de críticas en las que habita una visión peyorativa sobre el contenido de la TV, básicamente por parte de estudiosos y académicos, del tipo Sartori o cualquier otroque haya decidido volcar su ojo más entrenado sobre el discurso audiovisual.
Sin embargo, en el otro lado, en el del espectador promedio también ha anidado una visión negativa, de desconfianza. Un ejemplo interesante sería el gobierno de Fujimori, del cual hoy sabemos con cuán burda facilidad obtuvo el control de los medios, y así consiguió una programació con la que no sólo acrecentaba su popularidad sino que –casi al dos por uno- destrozaba a uno que otro gordito bonachón que se interpusiera en su camino.
Los Vladi-videos marcaron un antes y un después en la concepción que la gente tenía de los medios. Allí se vio claramente cómo lo que estaba representado en la pantalla se convertía en lo real, sin ningún ánimo de discusión. De pronto todos los medios de comunicación tenían el síndrome de corrupción per sé. Si se vio en la pantalla que el dueño de UN canal recibía dinero y se vendía, inmediatamente LOS canales eran corruptos. Bourdieu acerta al afirmar que durante las últimas décadas la televisión ha desalentado el ejercicio de pensar, privilegiando el impacto de la imagen sobre el contenido y el de la emoción sobre la razón. Esto debido a que, por su naturaleza técnica, en su mundo virtual y efímero, los hechos, dichos y juicios son dificultosamente revisables. Simplemente dejan impronta en la mente del espectador y le construyen una realidad. Es válido mencionar que tener imágenes e información “servida en bandeja” no tendría nada de malo si la habitual economía cognitiva, tan humana, no nos invitará al conformismo de no contrastarla. El problema no es esa información destellar, virtual y efímera (al menos no es todo el problema), sino que las personas ya ni se dan el trabajo de pensar o cuestionarse sobre los determinados acontecimientos. “Si lo que se ve parece ‘real’, entonces, en efecto, lo que me muestran estas imágenes debe ser cierto”, es la máxima del espectador, mientras que la del emisor parece rezar en un “démosle lo que quiere, y que sea fácil, así nos ve más”. Esa parece la penosa lógica de hoy en relación a los medios de comunicación.
El tema determinante en relación al planteamiento de Sartori es de implicancias epistemológicas, dado que el problema central que halla, estriba sobre la concepción del mundo (y la forma en que esta se edifica) que tengan las personas.
En un mundo innegablemente mediático, señala, la idea de ser humano que poseemos en la actualidad está sufriendo un viraje dramático. Se está abandonando la figura del homo sapiens, crítico y pensante, por la del homo videns, aquel que considera, en resumidas palabras, que lo que ve es lo que existe. Este es el ser que vive por la imagen, que no sin motivo nos recuerda al mito de la caverna del que nos hablaba Platón, en el que una persona consideraba que su mundo sólo estaba constituido por sombras, imágenes borrosas, que se proyectaban ante él como único estímulo proveniente de algo más .
Este homo videns, entonces, bien puede reconocerse como aquel que mira en su caverna (esta vez con pantalla de plasma y de marca Samsung) aquellas sombras de algo. Esquema simpático, pero que oculta un simplismo engañoso.
Es precisamente en esa suerte de “asimilación de lo que llega”, esa contemplación de las sombras, donde se puede leer un simple rol pasivo de quien las observa, idea que es de plano equivocada y nos llevaría a concepciones demasiado facilistas del ser humano de hoy. Asimismo, la idea del algo que produce las sombras (en este caso el contenido mediático) no puede reducirse a un solo agente, ni a una serie de organizaciones. La verdad es que hoy todo comunica, todo produce imágenes y éstas nos llegan de todas partes, en todo momento. La comunicación de masas no hace más que proponer canales relativos, cauces, para un verdadero desborde de información. Como bien señala Umberto Eco:
“…El universo de las comunicaciones de masa –reconozcámoslo o no- es nuestro universo; y si queremos hablar de valores, las condiciones objetivas de las comunicaciones son aquellas aportadas por la existencia de los periódicos, de la radio, de la televisión, de la música grabada y reproducible, de las nuevas formas de comunicación visual y auditiva…”
(ECO, Humberto; “Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas” ; Editorial Lumen; Barcelona; España; 1973; pp15)
Ahora bien, si hace unos cientos de miles de años, un fornido Neandertal habitaba un mundo lleno de bestias y se cubría con piel ante el diluvio, cabe preguntarse –aceptando ya que el hombre de hoy es el homo videns- cuál es el contexto en el que se desarrolla el nuevo humano. Sabemos, por lo pronto, que se trata de un entorno abarrotado de imágenes y agentes comunicativos. Un mundo donde toda persona, objeto o discurso se ha convertido en emisor.
El concepto que mejor describe este contexto espacio-temporal es, en mi opinión, el que, hace casi treinta años, Toffler ya denominaba como cultura destellar . Dicha concepción de cultura planteaba que hoy el ser humano, se encuentra recogiendo los pedazos de ideas -ya fragmentadas- que aparecen en el universo mediático. Según esto, el ser humano organizaba su realidad en base a esos fragmentos. Ya no se puede obedecer a una linealidad de tipo literal, secuencial, sino que el organismo, a un nivel tanto biológico como psicológico, debe responder frente al aluvión de imágenes, adquiriendo no sólo una nueva estructura que permita una distinta organización de los estímulos del mundo, sino taimen una nueva inteligencia, más acorde con las demandas de ese entorno.
Hasta aquí, entonces, se podría concluir -a modo de analogía- que el homo videns es el actor que desarrolla su dramaturgia cotidiana en la tarima de la cultura destellar. Pero, claro está, él improvisa con lo que cuente en ese escenario; y dichos artilugios los constituyen las imágenes e ideas fragmentadas que le da la esfera mediática, la misma cultura destellar.
La cultura, pues, está formada por gente formada en esa cultura. La cultura depende de un colectivo, y ese colectivo delimita dicha cultura porque se ha formado dentro de ella. Es una doble dependencia más evidente y a la vez más compleja de lo que uno cree. El proceso de socialización, desde un primer momento en el desarrollo de la persona, nos va marcando pautas culturales. La interrelación es lo que hace que alguien asimile una cultura y que, al mismo tiempo, ella se perpetúe.
Si los medios audiovisuales trajeron un homo videns, probablemente los medios electrónicos traigan a la larga otro hombre, con una lógica ya no pictórica o visual, ni literaria, sino quizás con una sobre explotación de recursos hipertextuales. Eso sólo lo dirá el devenir, y sin caer en afanes especulativos, valdría recordar lo que señala Deleuze, para quien las sociedades disciplinarias (básicamente modernas, como la nuestra) sufren una crisis en beneficio de nuevas fuerzas que se irán instalando lentamente. Serán entonces sociedades de control las que se encarguen de reemplazarlas. Mientras las sociedades disciplinarias se equipan con máquinas energéticas (de producción), las sociedades de control operan sobre máquinas informáticas. Es una evolución tecnológica, una mutación del capitalismo .
“Video killed the radio star”
Cuando Sartori plantea la idea de su homo videns, se avoca con gran fiereza contra el discurso televisivo en casi todas sus manifestaciones y matices.
“…La televisión se caracteriza por una cosa: entretiene, relaja y divierte. Como decía anteriormente, cultiva al homo videns; pero la televisión invade toda nuestra vida, se afirma incluso como un demiurgo. Después de haber ‘formado’ a los niños continúa formando, o de algún modo, influenciando a los adultos por medio de la ‘información’… ”
(SARTORI, Giovanni; “Homo Videns. La sociedad teledirigida”; Editorial Taurus; Madrid; España; 1998. pp. 1)
La televisión aparece entonces no sólo como una formadora desde pequeños, sino como fuente de conocimiento en la adultez, al proporcionarnos información. Sin embargo, el autor se enfoca principalmente en el contenido perjudicial de esas noticias y llega a señalar que la gran mayoría noticias son deportivas o sobre asuntos del corazón, todo adornado con las más variadas calamidades y una que otra muerte espeluznante. Se ve a la televisión como un espectáculo para complacer y entretener a quien la vea.
Lo cierto es que la televisión vende gente, no espacios en la señal. En este mercado, voraz y sin treguas, un programa con más rating (con más ojos hipnotizados frente a la pantalla) puede “enlatar” una audiencia más numerosa, para vendérsela a algún anunciante. Este es quizás la principal columna para el edificio de críticas en las que habita una visión peyorativa sobre el contenido de la TV, básicamente por parte de estudiosos y académicos, del tipo Sartori o cualquier otroque haya decidido volcar su ojo más entrenado sobre el discurso audiovisual.
Sin embargo, en el otro lado, en el del espectador promedio también ha anidado una visión negativa, de desconfianza. Un ejemplo interesante sería el gobierno de Fujimori, del cual hoy sabemos con cuán burda facilidad obtuvo el control de los medios, y así consiguió una programació con la que no sólo acrecentaba su popularidad sino que –casi al dos por uno- destrozaba a uno que otro gordito bonachón que se interpusiera en su camino.
Los Vladi-videos marcaron un antes y un después en la concepción que la gente tenía de los medios. Allí se vio claramente cómo lo que estaba representado en la pantalla se convertía en lo real, sin ningún ánimo de discusión. De pronto todos los medios de comunicación tenían el síndrome de corrupción per sé. Si se vio en la pantalla que el dueño de UN canal recibía dinero y se vendía, inmediatamente LOS canales eran corruptos. Bourdieu acerta al afirmar que durante las últimas décadas la televisión ha desalentado el ejercicio de pensar, privilegiando el impacto de la imagen sobre el contenido y el de la emoción sobre la razón. Esto debido a que, por su naturaleza técnica, en su mundo virtual y efímero, los hechos, dichos y juicios son dificultosamente revisables. Simplemente dejan impronta en la mente del espectador y le construyen una realidad. Es válido mencionar que tener imágenes e información “servida en bandeja” no tendría nada de malo si la habitual economía cognitiva, tan humana, no nos invitará al conformismo de no contrastarla. El problema no es esa información destellar, virtual y efímera (al menos no es todo el problema), sino que las personas ya ni se dan el trabajo de pensar o cuestionarse sobre los determinados acontecimientos. “Si lo que se ve parece ‘real’, entonces, en efecto, lo que me muestran estas imágenes debe ser cierto”, es la máxima del espectador, mientras que la del emisor parece rezar en un “démosle lo que quiere, y que sea fácil, así nos ve más”. Esa parece la penosa lógica de hoy en relación a los medios de comunicación.
“…Con todo, la televisión (…) está ella misma alienada, puesto que vive muy particularmente sometida a las imposiciones directas del mercado. (De manera general, si el sociólogo escribiera la décima parte de lo que piensa cuando habla con los periodistas -por ejemplo, sobre la fabricación de los programas-, éstos lo denunciarían por haber tomado partido y por su falta de objetividad, por no hablar de su arrogancia insoportable...) El que pierde dos puntos de rating se queda afuera…”
(BOURDIEU, Pierre; “Entrevista a Pierre Bourdieu: periodismo y TV”, tomado de: http://www.rebelion.org/medios/bourdieu120902.htm)
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